"Entonces, el silbato empujó y aceleró el paso del gran capitán
dispuesto a convertir desde los doce pasos, y así lograr otra victoria que
siguiera alimentando su fama. Este no era un partido más, de esos que sólo
sirven para la estadística y el recuerdo borroso de las generaciones
posteriores. No, nada de eso. Se trataba de la final del Torneo de la Liga
Santiagueña.
El armado de los planteles previo al inicio no significaba una
cuestión simple. Por el contrario, representaba un complejo sistema de planificación.
Eficiente para quienes contaban con la logística, azaroso para quienes carecían
de ella. Cada cuadro tenía veedores o busca talentos, que salían en el verano a
recorrer los potreros, con la misión de pescar “lo mejorcito” que pudiera
reforzar y aumentar las fuerzas de los equipos. Estos tipos eran hábiles, muy
bichos. Y sobre todo persistentes. Ofrecían concesiones de toda índole con tal
de ganar en favor de su causa. Sin código alguno, se movían entre las sombras.
A cualquier hora y en cualquier lugar, ámbito privado o público, ellos estaban.
Manejaban una oralidad nacida en el barrio, mediante la cual lograban
emparentarse con los humildes proyectos futbolísticos, y tiraban sobre la mesa
un abanico de proposiciones que pretendían subsidiar la necesidad..."
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