sábado, 14 de agosto de 2010

Terminando de hibernar


Y sí, algún día tenía que volver. O no. Bah, mejor no me pongo a decir lo primero que me venga a la cabeza, o las frases hechas, porque voy a escribir seis palabras más y pongo punto final.

Después de un año de dilatada y necesaria ausencia, retorné. Luego de mis líneas hacia mi Tanya, dije que no iba a expresarme más, y lo hice. A medias. Y es raro, porqué no soy de la especie que se queda a media agua, con medias tintas o con términos medios. pero en este caso, excepcional como su existencia, soporté más de 300 días sin expresarme. Ganas no me faltaban. Por dónde canalizar, por dónde tirar alguna bombita.

Sin embargo, la necesidad nos vence. Siempre nos vence. Quién puede callar. Enmudecer. Tragarse sus propias verdades, o las mentiras ajenas. O viceversa. Debí decir primero viceversa.
Todos decimos y todos callamos. La formalidad nos hace querer encajar, entrar, quedar bien con todos. Mostrarnos impolutos, sin mancha, místicos, mitológicos. Creemos que un "destino manifiesto", divino, designa nuestro ser, nuestro halo inalcanzable. Creemos que un montón de excentricidades define nuestras terribles fatalidades, o nuestros efímeros triunfos. Nos creemos más de lo que somos, por más que lo explicitemos o no. El ego no escapa a nadie. Desde la psicología o desde las noches en el barrio. Est ahí. Calmo pero presente. Acecha y alimenta. Se relaja y se contrae, pero nunca desaparece.
Es como un eterno sistema de retroalimentación, que guarda un resto que produce más. Inacabable. Inabarcable. Inapelable. Insonsable.
El egocentrismo está siempre. Se lo tapa, se lo reprime, se los carga en hombros ajenos y tercericados. Raramente se lo reconoce. Siempre se lo reconoce en otros, siempre lo reconoceMOS en otros.
Y cuando nos cae el dedo señalador, el teatro. La obra maestra por la cual el ego se termina de expandir. De fundar.
La victimización, la demagogia discursiva que nos exonera de un ego que no desea morigeraciones. "¿Yo?"... "Sí, vos"... Las acusaciones al viento a los otros, a los fiscales sociales que nos etiquetan de delirantes, psiquiátricos. De locos. El otro, los otros, tienen la culpa de nuevo. La tenían antes, la tienen ahora. Y la van a seguir teniendo.
Y ahí el sistema se cierra para volverse a bifurcar en sus polaridades más nefastas, pero necesarias. Sin el ego, cómo ir y venir en la nebulosa anímica. Cómo triunfar y emularnos sin percibir comparación con materia viva alguna, y destronarnos por la derrota, estrepitarnos al calvario, al séptimo infierno. O caernos en ae cielo, paladeando la derrota con la euforia, con el éxtasis que nunca reconoce la caída, el perder una vez.
Sin el ego cómo seguir. Sino estamos acostumbrados a no nombrarlo, o a no pensarlo. Sino sabemos cómo regodearnos sino lo apretamos entre los dientes, sino lo elaboramos en las neuronas. Sino sabemos vivir sin ver qué mierda le pasa al otro. Cómo carajo está pasando su vidad.
Esperamos el error para fustigarlo. Esperamos la victoria para socavarlo. Para decirle, "es lo que tenías que hacer", "era lo esperable". Aguantamos hasta tenerlo ahí, medio liquidado para fusilarlo y calificarlo de timorato, tibio, laxo, dubitativo, pasivo, irresoluto.
Somos una especie jodida, más cuando nos queremos excluir de algo a lo cual no hay exilio. Ni pssicoanálisis, ni las pastillas que maquillan. Ni el llanto reiterado y gastado, que calma pero aviva. Ni las risas hilarantes disfrazadas de tragedia interna. Ni las muecas hurañas molidas por el dolor. Nada nos evita sentirlo. Nada.

Inconexos si los hay, este desfasado relato pretensioso de ser un escueto análisis socio-personal, es la vuelta a la escritura. El retorno a la expresión. Por eso la rabia, por eso la fuerza y la desorientación.

Así habría que escribir. Sin sentido. Ni estructuras. Ni formatos. Ni formalidades. Directo al pecho, a la cabeza. Sin violencia pero iracundo. Siempre iracundo.
El optimismo brilla por su ausencia en estas líneas. Ven, ahí la frase cliché para el cierre. Un cierre esperable.

Si el ego no envicia, ¿esto qué es?