"Todavía no recuerdo cuando fue la última vez que lo vi
jugar. Bah, sí me acuerdo. Nos ayudó un sábado a completar nueve tipos, en el
equipo que había conformado yo con los chicos amigos y algunos ex compañeros de
la liga. Estábamos desarmados y a las apuradas como siempre, y nos creíamos un
cúmulo de estrellitas intocables e inalcanzables. Encima jugábamos con el mejor
del torneo, que para peor, tenía muchachos militando en categorías de ascenso
del fútbol italiano y argentino. Y él, con todo su desprendimiento tan
característico, se calzó la seis bañada en colores rojos y negros y fue el
mejor de nosotros. Dando treinta años de ventaja y en zapatillas. ¡En
zapatillas! Un fenómeno.
Pero si bien, esa debe ser la última vez que lo
observé pegándole con la derecha para arriba lanzando nuestra única contra del
partido, que dicho sea de paso, perdimos dos a uno sólo por su épica
resistencia en defensa; y lo sentí repetidamente retándome porque yo rezongaba
a los cuatro vientos y desaparecía de la continuidad del juego, ese no refiere
para mi razón su último acto en una cancha. Desde la acción sí. No desde lo
simbólico. Desde el hecho que mis emociones presionan e intimidan para que yo
traiga al presente.
Mi viejo, había integrado equipos en torneos barriales
durante su juventud. Nunca le pregunté si había despuntado el vicio en
infantiles de algún club. Es más, sobre su infancia pocas veces le he
preguntado algo. Eso quizás ha sido un desacierto de mi parte. Si sé, que de
joven ingresó como empleado bancario y allí inició una gruesa carrera hasta
jubilarse con todos los honores. Ese día también lo llevo patentado entre mis
ideas..."
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