"Parado a sesenta metros todavía no lo puedo creer. Sesenta metros…
Algo así como 127 pasos, calculando al voleo. Miro hasta allá, me miro los pies
y sí, pasos más pasos menos, la distancia es esa desde esta esquina. Sigo las
líneas blancas pintadas una al lado de la otra en la estación de GNC, los
autos que las atropellan, que entran y salen. Sin bajar la vista, se me
presenta intacta la imagen de aquel caminito de piedras en punta y con pasto
hecho en la vereda pelada que hoy es parte de la avenida, por el que yo
encaraba perfilando la zurda y sacando el tiro cruzado que apuntaba a la
ratonera del arquero, con final dispar para aquel deseo. Dos o tres piques
malos sobre los adoquines desparejos, la vista en la bocha y en el momento
justo darle con el alma bien sobre el empeine. Los cordones que se estremecen
contra el cuero de la redonda y mi mirada insolente en la búsqueda que la bocha
no doble ni se desvíe para terminar con destino de gol.
La estación de servicio incrustada en esta esquina, en la esquina
de casa, vino a voltear quince años de niñez y adolescencia que empiezo a
recordar. Y cada día, intenta comerse un poco más del disco duro que almacena
situaciones propias de la infancia, que por más que muchas veces, o casi
siempre, parece que todos vivimos las mismas escenas, con iguales orígenes,
personajes e idéntico desenlace; siempre hay algo de singular que sólo cada uno
rescata y que no se reproduce nunca.
Pero el día de mi entrada a una especie de salón de la fama
barrial estuvo marcado por acción de terceros. Y esos terceros aunque muy
cercanos, fueron mis viejos cuando me regalaron esa pelota número cinco. Cómo
no recordarla. Negrita la guacha, media brillosa, con gajos intercalados de
color fucsia. Sí, fucsia. La mayoría me cargaba y chicaneaba por el color, pero
al final todos se rindieron ante esa rara belleza. Para completarla, tenía la
inscripción en blanco cerca del pico que decía “made in Taiwán”, lo que le daba
el status internacional. Divina la verdad, con un golpe singular. Seco para
salir como una bala. No me acuerdo si me la habían dado para una fecha en
especial o si había sido la primera pelota en llegar a mis manos. Calculo que
no. Sin embargo, la recuerdo como la más simbólica, como uno de los recuerdos
más patentes de la infancia..."